Mi objetivo es dar a conocer la historia de mi
abuelita, una mujer que dio todo por sacar a
su familia adelante y que a pesar de los obstáculos, se levantaba cada
día a darlo todo; una mujer muy luchadora
que ahora refleja en sus ojos el paso del tiempo, y la experiencia que
ha ido ganando a lo largo de su vida.
Para saber su historia tomé evidencias de algunos
lugares importantes y entrevisté a mis tíos; en especial a mi mamá y a mi
abuelita quienes me ayudaron con valiosa
información que me fue muy útil para la realización de mi proyecto.
Las generaciones cambian, pasa el tiempo, los días, los años y cada vez
cambia más y más. Mientras unos nacen otros fallecen, unos porque quieren y no
le encuentran significado a su vida, otros por irresponsables y otros porque ya
no dan más.
Pero ésta es la historia de una mujer, una madre
tan luchadora como son el resto de madres que matarían por sus hijos,
entregarían su vida por personas que quizás no las valoren igual que como ellas
valoran el fruto de sus esfuerzos.
Ella se llama María Mercedes Becerra, nació en una
casa humilde hecha de bahareque, el 8 de abril de 1929, en la vereda El
Chorrito; su llegada fue recibida por una partera pues no había los recursos
suficientes para ir a un hospital; además que quedaba demasiado lejos ir a
buscar uno. Ella tuvo una hermana mayor que quedó embarazada a temprana edad, y
que por eso a los 20 años tuvo que irse a vivir a Bogotá y mi abuelita entonces,
se quedó con mi bisabuela María Jesús Becerra.
Ella sólo cursó hasta tercero de primaria; aprendió
lo básico con la única profesora de la escuela que sólo tenía hasta quinto de
primaria; mi abuelita escribía en una pizarra con tiza, pero al ver que vivía
tan lejos de la escuela y tenía que ayudarle a su mamá en el trabajo, decidió
dejar la escuela para trabajar arando, sembrando, lidiando con bueyes y
caballos, criando vacas, gallinas y ovejas, y así comprar lo necesario para su
sustento. La forma que utilizaba mi bisabuela para castigar a su hija era con
una coyunda que era un rejo de cuero
de res bastante grueso.
Al paso del tiempo las cosas se fueron complicando
más y surgieron problemas por lo cual mi bisabuela tuvo que casarse con un hombre de dinero para que las llevara
a vivir a otro lugar y así alejarse de tanta presión.
Mientras mi abuelita vivía con su padrastro, fue
maltratada y hubo noches en que dormía fuera de su cama, así que acomodaba una
cama de paja en la cocina que era apartada y trancaba la puerta para evitar
problemas con este señor; pero aunque hacía lo posible para evitarlo seguían
los problemas, su madre al ver que ya no aguantaba más ese maltrato, decidió
con tristeza enviarla a Bogotá, a donde una buena amiga; le ofreció trabajo en
un hospital como despensera, ahorró y compró una máquina de coser que le fue
muy útil.
Unos años después se enteró que su mamá estaba
gravemente enferma y deprisa se devolvió a El Chorrito, a cuidar de ella; al
regresar supo que su padrastro había fallecido, así que se empezó a encargar de
muchas labores y al recuperarse su madre, volvieron a su casa a trabajar en lo mismo, y así quedaron como
empezaron, solamente las dos.
Un día cuidando el ganado, se encontró a un hombre
al otro lado de la cerca y empezó a hablar con él, se llama Pablo Emilio Cabra
Flechas, hijo de los dos únicos terratenientes que había en la vereda (los
Cabra y los Flechas); se fueron conociendo
y se empezaron a enamorar; después de 8 años decidieron casarse e irse a
vivir juntos sin dejar de lado a su madre que cada vez era más anciana.
Mi abuelito Pablo Emilio construyó una casa de
adobe en un sitio más abajo de donde vivía mi bisabuela, y el primer miembro de
la familia que llegó fue mi tía Flor y la recibió su abuela; enseguida llegó mi
tío Benjamín, después mi mamá Himelda, enseguida mi tía Marleny, después mi tía
Matilde, enseguida mi tío Benito y por último mi tío Bernardo; hoy en día mi
abuelita tiene 22 nietos y 11 bisnietos.
Después de un tiempo pusieron a todos a estudiar y
a que les ayudaran en el trabajo; todos
llegaron hasta quinto de primaria porque en la escuela no había más grados y
era muy lejos; toda la ropa que utilizaban la hacía mi abuelita; ella compraba
la tela y hacía la ropa. Después
hicieron otra casa de adobe muy cerca al río Chicamocha en la que viven
actualmente.
Fueron pasando los años y sus hijos crecían cada vez más y más,
comenzaron a tener novios y se empezaron
a casar y mis abuelitos cada vez se iban quedando más solos hasta que sólo
quedaron con mi tío Benjamín quien no se casó y no tuvo hijos, y quien es la
persona que más les ayuda en estos
momentos. Mi abuelita se ocupaba de la casa y la comida porque se fue
enfermando y no podía realizar mucho trabajo pesado, y mi abuelito se ocupó del
ganado y así vivieron hasta su vejez; en este momento dice que hubiera podido
hacer muchas cosas más y que cuando una persona llega hasta este punto de no
poder hacer nada, ya no vale la pena vivir; dice que ya hizo su vida, y que lo
mejor sería irse, quedarse dormida por siempre; dice que queda satisfecha
porque sacó su familia adelante.
Es muy duro escuchar a una persona que quiero y
admiro mucho, hablar de la muerte sin importar el dolor que causaría a las
personas que la quieren si llegara a suceder esto. Esta opinión me hace pensar
que lo más importante en la vida no es tener, sino aprender y salir adelante
con lo que se tiene, y si lo único que tienes es la familia, ayúdala a salir
adelante, porque algún día, todos vamos a partir.
Muchas personas no han vivido experiencias que
marquen su vida; cosas que nos enseñen que aunque la vida es complicada, es muy
valiosa. No todos tienen el lujo de vivir con comodidades y sin problemas; los
problemas son experiencias y parte de nuestras vidas.
Por eso los años no llegan solos, llegan cargados
de muchas experiencias y enseñanzas que muchos no escuchan y no ponen en
práctica; los consejos que dan estos
viejos con sus historias; nos muestran el camino indicado, la ruta que muchos
se niegan a seguir. Nacer, crecer, dejar descendencia y morir es el destino de
todos; y pensar que estos viejos forjados a la antigua tienen razón cuando dicen:
“si hubiera hecho” o “si hubiera dicho”… frases que dan tanta tristeza porque
son la vida resumida, tal vez por eso dicen que más sabe el diablo por viejo
que por diablo.
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