Por Gabriel
Alfredo Guío Acosta
Hace tres años vivo en
el barrio San Juan Bosco, el cual limita al oriente con el río Chiticuy, al
occidente con la Avenida Camilo Torres, por el norte con el barrio La Paz y la
UPTC y por el sur con el barrio Las Lajas y el colegio Santo Tomás. Es un
barrio grande que está al suroriente de Duitama, y cerca queda el colegio Santo
Tomás, a tres cuadras, pues vivo por la carrera 27, cerca al río.
Cuando decidimos
construir nuestra casa en este sector, el barrio era muy despoblado, el rumor
del río Chiticuy, el canto de los pájaros y la vegetación le daban al lugar un
aspecto campesino que parecía un retiro espiritual ya que no se sentía el ruido
de los carros ni de una ciudad congestionada. Se dormía en absoluto silencio.
Pero durante estos
tres años el barrio se ha urbanizado de manera acelerada. Tanto que en la
cuadra donde vivo han construido 5 casas, casi todas de dos y tres pisos, y en
sus alrededores se pueden ver muchas más construcciones nuevas de varios
apartamentos. Esto permite deducir que la demanda de vivienda es mucha. También
en estos tres años se construyó el supermercado Pasadena, que es muy grande.
Allí la gente hace su mercado siempre y no tiene que ir a hacerlo al centro.
Lo más interesante
del barrio es su historia, pues sus primeros habitantes llegaron hace más o
menos de treinta a cuarenta años, versión que nos confirma doña María Ester
Álvarez; ella cuenta que llegó más o menos hace unos cuarenta años y crió a sus
seis hijos “a punta de la venta de verduras que ella sembraba en la huerta y
vendía en el mercado”, pues este sector era agrícola, se veían muchos sembrados
de espinaca, acelgas, cilantro, habas, mazorca y árboles frutales como feijoas,
limones, naranjos, pues la ribera del río siempre fue muy fértil.
Pero cuenta don
Avelino Márquez que los cultivos no fueron la mejor opción para esta zona,
porque algunas plagas los invadieron, y por eso la gente optó por “lotiar”
(dividir un terreno en lotes) los terrenos para hacer viviendas, “los cultivos
de feijova se acabaron, porque se demoraban de 10 a 12 años para producir, y
vino la polilla y acabó con todo. La presión de la polilla hizo que se
disminuyera bastante la siembra, porque el control era muy duro”.
Don Avelino agrega “cuando yo llegué hace 40 años todo era un potrero, de un doctor
Espejo, que era el dueño de una casa aquí, y tenía un establo con vacas al pie
de donde está actualmente el polideportivo. Aún hay algunas paredes de tapia
pisada; ahí había una gran casa y tenía su establo. Él era dueño de todo lo que
compone al barrio San Juan Bosco, con una parte del barrio San José, hasta
bajar a donde hay unas cañas que quedan al pie del mirador del Chiticuy. Toda
la parte del polideportivo para abajo, hasta donde es Juan Grande, se llamaba
Agua Tendida. Después nombraron al
barrio, Camilo Torres, y a la avenida le pusieron Avenida Camilo Torres y esa
casa en la vía de Rancho Grande, ahí llegaba uno a tomar masato y a comer
mogolla, que era lo especial”.
Los esposos, Jorge Sanabria y Eliodora Cachope
también llegaron aquí hace más o menos cuarenta años, y cuentan que todas estas
tierras eran de un médico cirujano llamado Alberto Espejo Niño de Tibaná,
casado con una italiana. Él vendió una parte del terreno “a un precio bajito”
para construir el colegio Santo Tomás, que al principio era sólo una casa
pequeña y se llamaba Promoción Social, con énfasis en cultivo de especies
menores, verduras y hortalizas.
Ellos cuentan que el
colegio La Sagrada Familia lo fundaron “unas monjitas italianas que le hicieron
mucho bien al barrio”, pues una de ellas era médica, Sor Electa, “ella curó a
mi esposa de un asma con unos medicamentos que traían de por allá” dice don
Jorge. También doña Anita de Ayala, dueña de una tienda que queda al frente del
colegio, cuenta que “la monjita viajaba y traía ropa de muy buena calidad,
parece que eran paños ingleses, porque esa ropa duraba eternamente”, y “¡eso se
armaban unos pintonones!” dice el hijo de don Jorge.
Doña Anita cuenta que
la monjita médica la curó de la vena várice, “pero como la gente es envidiosa,
parece que a los médicos de por acá no les gustó, y le hicieron la vida
imposible, y se tuvo que ir”. Actualmente el colegio funciona para la comunidad
y allí se dictan clases para los niños pequeños, desde preescolar hasta quinto
de primaria, y “es un buen colegio”, dice doña Anita. También se dictan clases
los sábados para los adultos con un programa del gobierno que se llama
Transformemos.
Cuando yo llegué al
barrio, las calles estaban sin pavimentar, había muchos lotes que servían de
pasto para las vacas, en verdad era un barrio rural. A mí me gustaba ir con mi
hermano Gustavo a caminar por la orilla del río, porque era novedoso para
nosotros ver el paisaje, ver árboles tan grandes en la rivera. Además nos
íbamos a hacer ejercicio por el Pueblito Boyacense, esa parte es llamativa
porque todavía existe un paisaje lleno de vegetación. Cuando llegan familiares
o amigos de otra parte como Bogotá, siempre los llevamos por esos lados y a
ellos les parece muy bonito.
Pero no todo es paz y tranquilidad, porque el barrio también tiene problemas, por ejemplo de inseguridad, ya que “a plena luz del día le han robado los celulares a los estudiantes, sobre todo por el lado del matadero”, como le llaman al polideportivo, que tenemos en la carrera 25 con calle 24. Hace dos años también le robaron el celular a un amigo, Cristian Ruge, por ese lado, pues él iba para su casa que queda en el Pueblito Boyacense. La asociación del barrio ha logrado rescatar este espacio tapando los huecos que había bajo las gradas, y mucha gente hace deporte allí.
Esto no es bueno para el barrio, pues
este es un sector importante de Duitama, ya que ha crecido, y además tiene
centros educativos como la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, el
colegio La Sagrada Familia, el colegio John Dewey y el jardín
para niños El Divino Niño, y limitando,
el Instituto Técnico Santo Tomás de Aquino.
También se presentan
otros problemas cerca de la universidad, pues allí hay muchos bares, y “los
fines de semana se llenan de mucha gente, sobre todo de estudiantes, y los
vecinos no pueden dormir por el ruido de la música y los desórdenes de los
jóvenes que se emborrachan. Además, parece que no les prestan los baños y hacen
sus necesidades en los andenes de las casas y a nosotros nos ha tocado
levantarnos muy temprano a limpiar y a lavar, y eso es un asco. Miren allá… esa
reja la pusieron los vecinos para evitar esto y ahora nos dejaron el problema a
nosotros, y si nosotros ponemos reja le dejamos el problema a la siguiente
casa, y así sucesivamente. Hemos puesto tutelas y la alcaldesa no nos ha
escuchado”. Esto nos contó doña María Inés López, que tiene una cafetería donde
vende empanadas y café, ella es dueña de la casa, muy cerca de la universidad. Parece
que la administración no quiere escuchar las quejas de la gente, “como aquí
todo se hace por debajo de la ruana…”, dice don Jorge.
El crecimiento del
barrio San Juan Bosco es importante para la comunidad, pues aquí se encuentra
de todo, como dije anteriormente, instituciones educativas importantes,
droguerías, panaderías, famas, restaurantes, carpinterías, lavandería,
papelerías, internet, supermercados, ferreterías, etc. Un porcentaje muy alto
de terreno ha sido construido; este sector se ha urbanizado rápidamente, “el
barrio es amañador porque aquí están todas mis amistades, yo compré un
apartamento por allá cerca al hospital, y no he podido congeniar con la gente,
porque cada uno vive en lo suyo y no le importa el resto, en cambio aquí yo me
hablo con todo el mundo”.
El barrio pasó de lo
rural a lo urbano, pues las edificaciones han invadido muchos lotes que había
desocupados o sembrados. Ya el barrio no tiene ese aspecto que tenía hace tres
años, un ambiente campesino, no se escuchaban los ruidos de la ciudad y había
mucha tranquilidad, pero a medida que se han construido edificaciones nuevas y
ha llegado más gente, el barrio se ha hecho más congestionado y ruidoso.
A pesar de todo esto,
el barrio sigue siendo muy interesante y acogedor porque tiene cerca un lugar
atractivo, que es el Pueblito Boyacense, donde uno puede ir a comerse un helado
con la familia y a caminar.
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